sábado, 11 de abril de 2020

Las palabras son caricias que nos nutren.

Esta cuarentena que nos ha impuesto la pandemia mundial por el Covid-19 ha traído consigo una proliferación de medios virtuales de comunicación. Todos los días nos conectamos a través de videoconferencias, chats, audios, mensajes de texto... Abundan las conversaciones, se multiplican los contactos. ¡Hasta se podría decir que nos comunicamos más que antes! Compartimos nuestras pequeñas anécdotas diarias en fotos y videos, mandamos audios y  abrimos una ventana hacia nuestra intimidad con la intención de generar una respuesta. ¿Por qué lo hacemos? 

El ser humano tiene una necesidad esencial de relacionarse, el hambre de estímulo y reconocimiento como lo llama Eric Berne en su análisis transaccional. En palabras del autor “el hambre de estímulos tiene la misma relación con la supervivencia del organismo humano, que el hambre de alimentos”. En los niños la privación de contacto físico acarrea consecuencias graves e irreversibles y a medida que nos hacemos adultos, nuestro hambre de estímulo infantil se va transformando parcialmente en hambre de reconocimiento. Cada adulto en su individualidad busca formas de reconocimiento que representan caricias que nos mantienen sanos mental y físicamente. Cualquier acto que implique el reconocimiento de la presencia del otro, hasta una transacción tan simple como un saludo, es una caricia que nos alimenta. 

Es comprensible que en este momento de aislamiento busquemos maneras de lograr ese reconocimiento, esa caricia que nos alimente. No sabemos realmente las necesidades del otro pero podemos, gracias a la empatía, intentar ponernos en su lugar y quizás darle esa caricia que necesita. Tal vez, sea un colega que nos comparte un video fuera del horario laboral, un vecino que nos cuenta la última teoría conspirativa que vió en Youtube  en un audio de cinco minutos o un alumno que no pudo bajar la tarea del blog un domingo a la tarde. En circunstancias normales, ponemos límites a este tipo de invasión de nuestro tiempo libre. pero….quizás sea yo la persona que pueda dar esa respuesta, ese reconocimiento que el otro está necesitando. No nos olvidemos que en esa simple  transacción, yo también gano en caricias, tambien me alimento. 

Propongo un juego: jugar a ser amables y comprensivos, a pensar en el otro como generador de caricias sanadoras que se dan y reciben en forma de palabras, aún cuando la hora no sea la adecuada o el tema no me interese tanto.  El valor reside en el estar ahí para dar y recibir. Y seguramente, salgamos de ese intercambio más sanos y nutridos.